Just business
Cosas a veces pasan. Luego de seis años como profesor, cuando finalmente empezaba a entender cómo se hacía una clase, me entero de que este semestre no tendré cursos en la universidad. En parte es culpa mía, por no haber obsesivamente revisado los horarios de las clases desde diciembre; en parte es culpa de la organización del pregrado, que programó sin acordar conmigo las horas cátedra que se suponía iba a dictar este semestre; en parte es culpa de la universidad, que en ocasiones olvida que tanto les jóvenes como los profesores son seres humanos que necesitan alimentarse, y que una clase a las doce del día es un atentado nutricional.
Cuando supe que los cursos que iba a dictar los habían programado de doce a dos cuatro días a la semana pedí cambiar el horario, como un cambio de horario pertenece a esas cosas imposibles de lograr (el tiempo es un misterio inmóvil sobre el que no ejercemos ningún tipo de control, en especial la semana antes de iniciar clases) se optó por una de esas cosas facilísimas de lograr: cambiar el docente. Sobre lo fácilmente descartables que somos los profesores de cátedra, en el universo más amplio de cosas descartables que sustentan la alienación laboral, podemos escribir luego. Ahora (y no dedicaré demasiados párrafos al desahogo, lo prometo) sólo quiero sacarme de dentro un espectro con mala textura y terrible sabor que prefiero escupir fuera para que no vaya a envenenarme por dentro.
Puede que su formulación exacta sea diferente en cada caso, pero puede resumirse en una línea que dicta, más o menos, así: “No es nada personal, son sólo negocios”. Sí, estoy citando a Nora Ephrom en Tienes un correo (y Joe Fox está citando a El Padrino, pero yo soy más como Kathleen Kelly y prefiero citar a Ephrom). Son sólo negocios. It’s just business.
Supongo que es una línea sensata para separar la vida personal de la vida laboral, y así no recargarse de espectros que luego pululen por el hogar ahorcando las posibilidades de la dicha. Pero esta semana, meditando largo sobre mi malestar, y sobre lo ocurrido, no he dejado de darle vueltas a la imposibilidad paradójica de esta expresión en cuanto aplicada a la labor docente, o al menos, para evitar tener que argumentar generalizaciones, en mi labor docente. Creo que lo que aprendí esta semana (perder es una gran manera de aprender) es que para mí ser profesor es algo absolutamente personal.
Durante estos seis años no llevé el salón de clases como una franquicia de conocimiento, y si me esforcé por alentar la curiosidad intelectual y potenciar el saber literario fue siempre en el marco de una apuesta más íntima y honda: construir una comunidad de cuidado alrededor de la maestría de un oficio común (la lectura y la escritura) donde pudiesen darse las conversaciones y los titubeos que permitieran imaginar otros mundos posibles. Quise y busqué que mis estudiantes se conocieran entre ellas, que aprendieran a pensar en colectivo, que comprendieran la literatura como un ejercicio vital.
La única forma coherente de lograrlo era permitiendo que me conocieran, aprendiendo a pensar con elles, demostrando que en mi vida la literatura es un pulso sin descanso. Eso es personal, y eso es lo que me duele de la forma higiénica e impersonal con la que se trata el asunto. Ese es el esputo que lanzo lejos de mí, que saco del pecho para que deje de envenenar los pulmones. Luego tomo aire, profundo, y recojo mis cordeles del ayer y del mañana, para ver volar la cometa de la vida entre los dedos.
El ayer me enseñó cosas. Atravesé la pandemia dando clases en una pantalla y alguna vez atendí una llamada de un estudiante a las ocho de la noche para hablar sobre Barthes por media hora, más o menos. He escrito largos correos para acompañar dolores, me han pedido consejos sobre las tusas amorosas, sobre cómo presentar una cuenta de cobro, sobre qué hacer cuando se descubre que lo que se escribe no es tan bueno como lo que se quiere escribir. He teletransportado a un aula entera hasta el teatro de Epidauro para comprender el sentido social de la tragedia, he desmenuzado la visión poética de Eagleton en pequeñas máquinas de haikús, he pintado en el tablero con furia y delirio “Nos quieren en soledad, nos tendrán en común”. Por una estudiante escuché por primera vez BTS, por otra escuché por primera vez Taylor Swift, por otro le di una segunda oportunidad a Rosalía, por otro acepté un trueque en el que desarrollé una narrativa a cambio de sesiones de terapia individual con una empresa enfocada en salud mental de jóvenes, por otre empecé a incluir en mi español el género neutro. El contacto cotidiano con ellos, con ellas, con elles me hizo mejor persona; de su confuso entusiasmo, de su irredenta ternura, de sus igualmente inabarcables dolores y esperanzas hice un credo y la confianza que tengo en el futuro nace y se sostiene en saber que existen. A cambio algo les enseñé sobre literatura, espero haber podido devolver al menos un poco.
¿Y el mañana? Vamos, cometa de colores, vuela alto.
He tenido una semana para pensar ahora qué. Voy a estar un semestre, por lo menos, fuera de las aulas formales, pero uno es lo que es, y habiendo encontrado que soy profesor no voy a echarme atrás. Los espacios de escritura creativa, Guarida y el taller en la biblioteca de la Bolivariana, seguirán ahí. Pero quiero también la experiencia de lectura y teoría, que es una dinámica diferente. Creo que voy a dar mi clase de literatura clásica, gratuita y abierta. A lo mejor les propongo que leamos la Odisea lentamente, comentando con calma. Avisaré con tiempo si es del caso. ¿Algo virtual? También sería posible, pero extrañaría el tablero. Dios, cuánto voy a extrañar los benditos tableros.
Ya dirá el tiempo. Por ahora este texto, que me está costando tantísimo escribir y que está resultando tan mal escrito, y que sólo ahora, mientras hacía una pausa de veinte minutos mirando fijamente la palabra “tableros”, comprendo por qué.
Tengo rabia, tengo mucha rabia y mucha frustración. Tengo rabia conmigo por no haber revisado a tiempo que me asignaran horarios humanos dentro del marco de tiempo que presenté como mi disponibilidad para el semestre, y tengo rabia con el pregrado porque no se les ocurrió escribirme para acordar tiempos si los que les había sugerido no les servían, y tengo rabia con sentirme así de descartable, con sentir que mi labor no es apreciada, por no sentirme querido allí donde quise, por no sentirme amado allí donde amé. Tengo rabia porque, ¡es personal! Y jamás fue ni uno solo de mis estudiantes un trámite para mí, y por eso duele tanto que como profesor yo sea un trámite, un lo tomas o lo dejas, un no hay nada que hacer así es el sistema de asignación de cursos. Y tengo rabia también porque siento que esta rabia no merece estar en un texto, y que estoy muy viejo para armar párrafos rezumantes de patetismo y autoindulgencia, y que soy lo suficientemente sabio para hacerlo mejor.
Pero es que no hoy, no este comienzo de año.
Tengo rabia porque debí revisar lo de los benditos cursos en diciembre del año pasado, pero en diciembre del año pasado estaba pensando en la muerte de mi primo. “Descuidé el negocio, lo siento, váyanse al diablo”.
Supongo que publicaré este texto por conjuro de exorcismo. En resumen: este semestre no tengo cursos como profesor, y esa es una noticia de mierda.
Lamento que hayan tenido que leer esto.
(19-01-2025)
Mirar una cerilla hasta encenderla. Poéticas de la atención
El año pasado lanzamos “Artilugios Incandescentes” un taller de escritura recreativa donde probamos si era posible encontrarnos el último sábado del mes para crear bajo diferentes excusas, con distintas texturas y con ejercicios que recuerdan que en el corazón de la creación late el juego.
Este primer semestre de 2025 queremos invitarles a cinco talleres que partirán de la reflexión poética sobre distintas disposiciones del ánimo. Empezamos el 25 de enero con el taller titulado “Mirar una cerilla hasta encenderla. Poéticas de la atención”. No hace falta tener ninguna experiencia con la escritura, ni haber trabajado antes desde la creación literaria.
Anímense, y nos vemos en Antimateria, para crear, para escribir, para imaginar otros mundos posibles y recuperar refugios que nos permitan vivir y morir bien sobre la Tierra.
¡Alegría!
(Cada taller tendrá un costo de 70.0000 pesos, quienes deseen comprar los cinco podrán hacerlo por 300.000)
Si les interesa pueden escribir al WhatsApp 3182230621)
No me gusta tener rabia
Qué sensación tan maluca he estado cargando esta semana. He intentado sacudirme la frustración por todos los medios y se los garantizo que si no fuera por María me habría encontrado haciendo un hueco hondísimo sin fondo posible en la materia de los días. Por suerte, el amor. El amor, siempre.
Espero pronto poder soltar y así recuperar la lucidez.
Con suerte, la próxima que nos leamos, ya estará ahí de nuevo.
¡Alegría!
Hola, Lucas. Soy Rocío y comparto el oficio de docencia. Hace muchos años soy profesora hora cátedra y tú escrito me llega muy directo. He pasado tantos momentos malucos e injustos con algunas universidades que me duele enumerarlos. Gracias por compartir, realmente sí es algo personal. Un abrazo y estaré atenta a los cursos o talleres que brindes.
Dicen La muchacha y Pedro Pastor: "Ser corriente que baje sola
A encontrarse con más corrientes
He de amar todas mis olas
Para amar todos mis frentes". Estamos hechos para el amor, como el tigre de Norah, pero también para la rabia. Te acompaño en el ejercicio de reconocer y sacar la rabia. Sé que para ti siempre habrá un tablero.