Nada importante
“—Además, es usted tan inteligente y culto. Monty dice que es un famoso erudito. Aún no me ha dicho en qué está especializado.
—En los clásicos griegos, nada importante”
—La máquina del amor sagrado y profano, Iris Murdoch
Hace cuatro meses recibí una llamada de alarma. Acababa de salir de la casa de mi mamá, el día era claro, transparente, incluso. Del otro lado del celular la voz de Segundo, el director del pregrado en estudios literarios en el que soy profesor, era parca. La noticia no fue fácil: al parecer este semestre sólo tres personas decidieron matricularse en la carrera, dijo, eso significaba, de seguir así, que el curso de Introducción a la historia y movimientos de la literatura, que acompaño desde 2019, no podría abrir. Y que yo, entonces, dejaría de ser profesor por primera vez desde hace cinco años.
Me condolí por teléfono con la situación, insistí en que no se preocupara por mí, colgamos con la promesa de una próxima llamada, pronto, para confirmarme mi estado (estábamos a una semana de iniciar clases), y sólo al colgar pude sentir la magnitud de la noticia. Lo primero fue el duelo: ser profesor es una de las cosas que más me gusta en la vida, y dejar de serlo sería doloroso. En el tiempo que toma caminar de una esquina a otra ya había tomado la decisión de, llegado el caso de no tener cursos en la universidad, abrir la materia de introducción a la historia en alguna librería de la ciudad, y dar la clase ahí, a quien quisiera acudir. Lo segundo, conectando con la decisión anterior, fue emoción: la crisis de las universidades, de la que venimos cacareando hace diez años, más o menos, se materializaba ante mis ojos. Siempre creí que habría un poco más de tiempo para fingir que todo estaba bien con el modelo de estudios que hemos propuesto como sociedad. Me alegró enormemente que no lo hubiese, y que ante el quiebre nos veamos en la obligación de tomar decisiones, de pensar qué queremos hacer del conocimiento y cómo queremos hacerlo.
Pero esas preguntas pueden ser tema de otro texto, el de éste se revela en la llamada prometida, tres días después. Estaba en la Plaza de la América, haciendo una visita técnica con los compañeros de trabajo. Del otro lado del celular la voz de Segundo sonaba triste, pero combativa. Me confirmó que no había estudiantes suficientes para abrir primer semestre, pero que me proponía lo siguiente: esos estudiantes de primero irían directamente a las materias de segundo semestre, aprovechando la flexibilidad natural del cuerpo académico, y me llamaba para preguntarme si podría y me interesaría dictar la materia de literatura clásica. En el tiempo en que toma parpadear frente a una montaña de yucas dije que sí.
El resto de la llamada es brumosa. Cuando colgamos lo primero que hice fue llamar a María para compartirle la noticia. “Amor, me ofrecieron literatura clásica, dije que sí”. Luego deambulé entre frutas, verduras, inciensos, pescados, y etcéteras pensando cómo acercarme a esa hoguera, y cómo montar el curso en cuatro días. Había soñado con dar literatura clásica desde la primera vez que hablé de Ilíada en el curso de historia, me había imaginado los posibles trabajos, las lecturas, las dinámicas. El semestre anterior, en la clausura de la clase, los estudiantes me preguntaron qué materia era la que más me gustaría dar en la universidad. Respondí “clásica” sin dudarlo. Y ahí estaba, el sueño y la posibilidad, y fue absolutamente distinto a cualquier cosa que podría haber planeado. Y fue infinitamente mejor que todo lo que podría imaginar, y, ojo, mi imaginación no es poca.
Durante cuatro meses, los martes y los jueves, me encontré con quienes elegían asistir para comentar la Ilíada. Esa fue la primera gran decisión que marcó el rumbo del semestre: en lugar de leerlo todo, con la prisa demente de estos días veloces, elegí, a la luz de Mauricio Vélez, que trabajaríamos sólo un texto. Leímos Ilíada y nada más, y leímos despacio, a ritmo de un canto por clase, y conversamos profundo sobre cada canto, y escuchamos voces que señalaban lo que no intuimos, y preguntas que abrieron conversaciones que tomaron las dos horas enteras prendidas sólo de un adjetivo particular.
El jueves que pasó (31 de octubre) comentamos finalmente el canto XXIV, la embajada de Príamo ante Aquiles para recuperar el cadáver de Héctor. En la mitad de la conversación un gallinazo decidió posarse en la ventana del salón. Me agazapé y me arrastré para quedar frente a él (en parte en homenaje a Emilio Arango, pero esa es otra historia), y miré los ojos, redondos y cafés, durante un par de minutos. Más tarde uno de los estudiantes, Jean, preguntó por qué era en mis materias donde ocurrían las cosas extrañas. En ese momento no supe responderle, pero tengo una respuesta posible: porque abrimos todas las ventanas a que la literatura que estudiamos acontezca también entre nosotres. Y cuando uno la invita, ella acude.

La clase de literatura clásica del segundo semestre del 2024 no la olvidaré nunca. Fue todo lo que puede ser una clase universitaria, y allí la universidad fue todo lo que debe ser la universidad. Con el corazón agradecido, y el orgullo (propio y por mis estudiantes) rebozando daré cierre el próximo 14 de noviembre, cuando me sorprendan con el trabajo final (sólo dos condiciones: que tenga que ver con la clase, y que tienen que participar en él las 20 personas matriculadas, me odian un poco cada vez que pongo trabajos de este tipo). No sé qué vaya a pasar con mi labor docente el próximo semestre, no sé si a la universidad se inscriban suficientes estudiantes, no sé si mis horas cátedra sean económicamente viables para el negocio de la educación. No importa no saberlo. Lo aprendido nunca se pierde, y seguiré inventándome formas de leer a los clásicos griegos (esa “nada importante” de Murdoch) en comunidad, convencido de que algo tienen que entregarnos todavía.
¿Qué? ¿Qué queda todavía relevante después de 3000 años de civilización en unos poemas llenos de repeticiones, con extensos símiles, con batallas y sangre y Dioses tan distintos a los nuestros?
La gracias es descubrirlo.
A los, las y les estudiantes que este semestre me acompañaron en la lectura de Ilíada: gracias por hacer de la clase una hoguera. Que en el retorno a casa les sean propicios los dioses. ¡Evohé!
(03-11-2024)
Invocación a la musa I
Tú que en el silencio y desde el silencio de la Tierra imaginaste la primera y la única palabra —esa que al nombrarnos nombra todo, esa de la que éstas son torpes máscaras—, acude y otórganos la gracia de saberte presente entre nosotras; y permite que nuestras voces sean claridad y tejido, que hoguera y resguardo sean. (16-07-2024)
Invocación a la musa II
Deja tu morada en el refugio de los montes y hazte presencia aquí, entre quienes con arrobo te aguardamos. Regálanos el don de saberte danzante entre nuestros ojos abiertos, tú, que inventaste las danzas; permítenos soñarte a nuestro afán y medida, tú, que inventaste los sueños. Y cuando la despedida como a semillas nos disperse permite que tus enseñanzas broten según a cada quien sus frutos predilectos y que en su dulzura nos recuerden al morder que alguna vez estuvimos solos y juntas y contigo. (18-07-2024)
Invocación a la musa III
Llamo a la que para ser luz inventó el fuego; para ser tiempo, la roca; para ser abeja, la flor; misterio, la palabra. Preséntate y danos la oportunidad de ser dignas inventando el canto; libres, la compañía; misterio, el silencio. (25-07-2024)
Invocación a la musa IV
Sabia de los montes savia, corazón de ciervo; oro entre los lechos de ríos cristalinos; canto de lechuza y de guacamaya alarido; guano, tronco, liquen; torre de marfil; tejidito de hongos; entre los mortales, madre; en la eternidad, niña; tú, que todo lo creas porque todo te asombra, tráenos la luz que en el lago de tus ojos duerme como relámpago y concédenos compartir tu vocación de tormenta, tu sed de tiempo, tu claridad de vida que brota por brotar no más. (30-07-2024)
Invocación a la musa V
Ligerísimo susurro, corazón de bichofué, garganta de arroyuelo; lluvia que leve repica sobre el asfalto sediento trazando constelaciones en los parabrisas; lentitud de hoja que se deposita cayendo en la fibra de sus pasos: tenue sombra entre las sombras, canción en el canto oculta, semilla de palabra en las palabras: que nuestras voces intuyan tu presencia en todo lo que nombran, que sepan ver tu influjo en todo lo que callan. (07-08-2024)
Invocación a la musa VI
Desde el respiro que tras el agotamiento late en los músculos —dulce descanso—; en la entrega total e inevitable que la noche llama desde el rincón del sueño, tomando las formas que nuestra fantasía conoce en la fiebre que aletarga los sentidos; más allá del logos, de la retórica, de la gramática prístina: sé lo inesperado, sé la sorpresa, sé el asombro que al impactarnos nos libera recordándonos que la realidad es el delirio de otro canto y que ese canto también nos pertenece. (07-08-2024)
Invocación a la musa VII
Que las manos que la tela borden lleven en sus manos tu caricia; que los ojos que la luz dibujen carguen en su pupila tu negativo; que las lenguas que tu armonía esculpen sepan de tu sabor a tierra húmeda; que las mentes de fantasía plenas conciban tu verdad entre sus tretas; que tú, la Iluminada que reclama potestad en los parques prohibidos, seas con nosotres ahora y en todas las horas que el tiempo lamen. (12-08-2024)
Invocación a la musa VIII
Memoria que heredamos antes del primer recuerdo; palabra que despliega su hondura en los balbuceos con los que trazamos el mundo antes de saber quiénes somos; gota del misterio que como ágata brilla en el fondo del tiempo: sírvenos tu ahora incalculable y cuando la muerte venga para encontrar el asombro nos vea doblando el aliento y dibujando el círculo con el que hacemos de la finitud eternidad. El círculo donde eres y somos, Poesía. (15-08-2024)
Invocación a la musa IX
Esculpe el asombro como una piedra de río en la que labra el tiempo su agotada corriente Insinúa al movimiento su reposo, y dale al vértigo la pausa necesaria para inventar espejos. Sé lo que falta a lo completo, lo que sobra al vacío, lo que en lo umbrío ilumina, lo que ciega en la luz. Paradoja, hija y madre de paradojas; musa de resonar secreto: danos ojos para mirar lo que tú miras, y luego escóndete con él para que tengamos el gusto de encontrarte si aprendemos a buscar. (19-08-2024)
Invocación a la musa X
Cuando no queden más fuerzas haz del cansancio una hoguera e ilumina la noche; cuando el libro se nos caiga de las manos convierte su silencio en canto y permítenos oír tu historia; cuando no podamos o sintamos que no podemos más susurra esas palabras que le inspiraste a Chavela y abre nuestros brazos para pedir “Aguanten, riendas, que es el último jalón”. (21-08-2024)
Invocación a la musa XI
Centro de la espiral que en cada borde del instante te demoras; hija del tiempo que has engañado las agujas y evitado que tejan tu mortaja; caracola que guardas todo el mar en tu vientre —hambre profunda—: deja que aprendamos contigo y de ti los dones que comprenden que sólo hay un laberinto en el que el sol se extravía sin alas de cera que fundir. Enséñanos el vuelo para el que nunca es demasiado alto ni demasiado lejos, libertad. (24-08-2024)
Invocación a la musa XII
Mano de seda que marca la caligrafía secreta en las manchas del jaguar, el braille a cuchilladas del lomo de la matamata. Voluntad creadora que en todo lo que existe y crece y muere y regresa a la tierra fecunda imprime su señal, su marca: ese símbolo íntimo que en lo efímero susurra “eternidad”. Escúlpenos también a la medida de tus delirios más profundos más cercanos, y entréganos después el mango del buril para que sigamos trazando en un verso preciso todos nuestros nombres y así todos los tuyos. (28-08-2024)
Invocación a la musa XIII
Convídanos a la cena en la que se hacen reyes los gusanos; al infinito condensado en la circunferencia de un botón; que escuchemos contigo cantar al ruiseñor y callar a la alondra; tiéntanos en el páramo; sométenos al acertijo del oro, y el bronce, y la plata; y cuando rendidos a tu imaginación soberana estén nuestros sentidos todos despierta el hambre y despierta la sed que nada sacia. Nada, excepto imaginar algo que no hayas tú, todavía, imaginado. (02-09-2024)
Invocación a la musa XIV
Recuerdo perdido en la memoria del último elefante; canto huérfano de ballena honda en un mar en llamas; voz que nombras el destello de todo cuanto se extingue: aprovecha nuestros pulmones todavía henchidos de vida, nuestras gargantas cargadas de asombro y duelos y esperanzas. Haz tuya nuestra voz y desde ahí convócanos al canto que frente al abismo nos sostiene ingrávidas. Ese canto que es nuestro amuleto. (05-09-2024)
Invocación a la musa XV
Tras pronunciados duelos, tras tan tupidos velos, revélanos la noche que todo lo comprende y todo lo perdona. En su fragua de estrellas de estrellas y delirios delirios y mañanas entréganos el nombre que duerme en la música del viento fugitivo, el nombre que conoce de memoria y sin respiro las formas que anticipan una nueva soledad y un nuevo olvido que plenos regocijan desde el fondo de tu esencia; oh, musa, poesía, libertad. (09-09-2024)
Rituales y finales y apuestas
Bien, este boletín llega un día y doce horas después de lo usual. Digamos que me demoré pasando al PC los poemas para poder publicarlos. Su ecosistema natural es una libreta, y su canto natural era ser leídos antes de empezar la clase, encendiendo un incienso y llenando una tacita con agua.
Quedo debiendo para después hablar de eso. De los rituales con los que abro y cierro cada clase, con la importancia de hacer cotidiano el ejercicio del asombro rutinario. Volver costumbre la capacidad de entrar en contacto con lo extraño. Ese es uno de los secretos. No sé para qué, pero es uno. Se los prometo. Queda también para después contarles sobre la lectura lenta, y qué fue lo que permitió en clase, y qué creo que puede lograr en el día a día como lectoras y como creadores.
Mi semestre académico llegó a su final de hermosa manera, y este año empieza a hacer lo mismo. Ya apareció el comercial de Caracol, donde las motoserpientes avanzan a toda velocidad (“con sus oyentes, formula motoserpientes de paz y tranquilidad”), y pronto veremos encenderse luces de colores en los balcones y empezaremos a quemar lo que debe hacerse ceniza para fertilizar la tierra, o para desquitar la frustración del sufrimiento recibido, o porque nos gusta ver el fuego.
También aparecerán las listas, los propósitos. Bien, mi propósito es una apuesta, y puedo anunciarlo desde ya. Quiero escribir más. Para eso seguiré aquí, y para eso he decidido que voy a abrir una sección paga en este espacio. Todavía no sé cómo funciona del todo, pero sé que aparece una opción predeterminada que invita a quien lee para actualizarse a pagar 5 dólares al mes o 50 o algo así al año para tener acceso a contenidos exclusivos.
Bueno, ya decidí que serán esos contenidos exclusivos. Voy a trabajar con borradores a la vista, uno al mes, de un cuento que nadie ha leído nunca antes (antes que ustedes, queridos, queridas, querides suscriptores de pago). No haré grandes cambios a cómo lo haya escrito originalmente, sólo lo transcribiré al PC y lo colgaré aquí. Luego, con suerte, habrá algún libro que lo contenga, o no, los caminos del azar, etcétera. Lo importante es que ya habrá encontrado ojos que lo miren antes, que vean su versión envuelta en la crisálida. Me gusta la metáfora, los cuentos en su primer borrador como gusanos de seda.
Pero esto es “Un galgo o algo”, así que a la sección de pago la llamaremos “Galgódromo de prácticas”. Vamos a ver a los cuentos correr antes de que salgan en verdad a campo abierto. No sé cuándo comience a publicar allí. Quizás este mes, quizás el próximo. Ahí les dejo la curiosidad, y la apuesta.
Y siempre, las gracias por leer.
¡Alegría!
*tome todo mi dinero
Por supuesto que quiero Galgómodro de prácticas ❤️🔥
Abundante siembra y próspera cosecha, mi Lucas 🌱🌱🌱
Yo jamás he leído la Ilíada ni nada clásico. Me he definido como mala lectora durante mucho tiempo de mi vida, aún a veces lo hago, luego me veo leyéndote y leyéndo las páginas de los 3 o 4 libros que he empezado hace un año o un par, y pienso en la "lentitud" de la que hablas en tu clase.
¿Qué es ser buena o mala lectora? He leído pocos libros en mi vida, no solo comparada contigo (me atrevo a sospechar) sino con otras personas.
Y hoy, leyendo los tiempos en tu clase, me motivo a pensar que no he leído pocos libros, ni soy mala lectora. Si quisiera leer más, no lo niego, construir con auto ternura el hábito que corresponda a mi unicidad, y aquí llega Una galgo o algo, siendo mi amigo en ello, porque cuando no tengo planeado leer, llega alguna entrega tuya por acá y leo, y luego escribo mi sentipensar, dime si esto no es muy bonito, carajo.
No sé si algún día llegué a leer la Ilíada o esos textos clásicos que me premedito a pensar no entenderé. Empiezo a leer los poemas de esta entrega y me frustra un poco pensar que son un deleite y que yo no lo siento así, como me pasa con el chocolate, que a todo el mundo enloquece y que particularmente aborrezco (excepto el cacao cacao, ese si me gusta).
Lo que si sé es que acá siempre estoy leyendo lo tuyo. Y acá sigo leyendo 3 o 4 libros a la vez, a mi ritmo, es mi baile ¿No?
Entonces no soy una mala lectora. Entonces sólo soy una lectora, con sus modos, formas. Con su diseño y biografía.
Yo ya no deseo convertirme en la persona que lee la Ilíada o literatura clásica. Yo me uno al deseo de que el compa Lucas siga escribiendo más.
Yo ya no diré nunca más que soy una mala lectora. Yo soy la lectora que mi Laura Victoria necesita.
Siempre gracias, mi Lucas. Siempre gracias por todo que es tanto.
El mejor